Desde hace más de siete décadas la Ciénaga Grande de Santa Marta enfrenta graves problemáticas ambientales, sociales e institucionales, acentuadas en la actualidad por el cambio climático, el evidente descuido y omisión de algunas autoridades, y la creciente amenaza de especies invasoras, que hoy aumentan el riesgo de desequilibrio ecológico y pérdida de biodiversidad en el ecosistema.
En el corazón del Magdalena, donde confluyen los ríos y el mar, la Ciénaga Grande atraviesa una crisis que crece bajo el radar nacional. La aparición de una planta acuática invasora, la Hydrilla verticillata, conocida también como ‘Cola de Caballo’, se ha convertido en una amenaza silenciosa que se multiplica sin control, alterando el equilibrio ecológico y social de una de las zonas más valiosas del Caribe colombiano.
Lo que empezó como una curiosidad biológica hoy es una emergencia ambiental. La Hydrilla, originaria de Asia, fue introducida accidentalmente en el país y encontró en la Ciénaga de Pajaral un terreno fértil, impulsada por cambios en la salinidad y el flujo de agua producto de obras de dragado y fenómenos climáticos como La Niña. Su crecimiento desmedido bloquea los caños, impide la navegación y sofoca la pesca artesanal, principal fuente de sustento de más de 4.000 personas en la región. Las falencias en el control de la especie foránea están pasando una costosa factura con cobro directo al medio ambiente, la economía y la salud pública de las comunidades.
Los pueblos palafíticos de Buenavista, Nueva Venecia y Tasajera, que han presenciado por generaciones la devastadora degradación de la ciénaga, hoy están desesperados ante la amenaza que representa esta planta invasora para la integridad ecológica del ecosistema y la pesca diaria. Más de 350 mil personas que viven en las inmediaciones de esta ecorregión estratégica, son las directamente afectadas, por el riesgo sanitario, la escasez de alimentos y el impacto ambiental que está ocasionando la rápida proliferación de la planta.
Este importante ecosistema, antes fuente de vida y cultura, hoy se asfixia ante la lenta acción de las autoridades. Alrededor de 700 hectáreas de manglares de los pueblos palafitos se encuentran cubiertas por la Hydrilla verticillata; mientras tanto las acciones de control y erradicación siguen siendo escasas. A pesar de la grave problemática y los llamados locales, las respuestas institucionales a nivel nacional han sido lentas y fragmentadas. Apenas el pasado mes de septiembre se activó una mesa interinstitucional para definir estrategias conjuntas frente a la invasión de la planta. Este retraso institucional y la demora en el reconocimiento de la especie invasora reflejan una desconexión profunda entre el conocimiento técnico-científico, la experiencia territorial de las comunidades afectadas y los mecanismos de respuesta institucional, así como la ausencia de una política ambiental preventiva o de manejo ecosistémico.
La Ciénaga Grande, declarada Reserva de la Biósfera por la UNESCO, es un laboratorio natural que sostiene la economía pesquera, regula el clima y protege la biodiversidad. Su deterioro es una gran tragedia ambiental. Colombia no puede seguir viendo cómo su mayor humedal costero se convierte en un pantano de indiferencia. La Hydrilla no es solo una planta: es el síntoma de un modelo ambiental que reacciona tarde.
Para enfrentar este enorme desafío ecológico, urge una estrategia nacional unificada, desarrollada bajo la articulación de las instituciones competentes, que combine capacidades técnicas, operativas, jurídicas y sociales. También, es necesaria la destinación de recursos por parte del gobierno nacional; soluciones improvisadas y de momento, son insuficientes frente a la velocidad con que se expande la planta y el tamaño del ecosistema afectado.
Salvar la Ciénaga no es un gesto ecológico; es un acto de justicia con las comunidades que han vivido de su agua durante generaciones.