En los últimos días, hemos regresado al horror del pasado en el que la violencia política era el pan diario. Nos ha vuelto a invadir el dolor, el temor y la zozobra que tristemente padecimos durante muchos años a causa de los violentos que buscan coartar la libertad y debilitar la democracia, cegando la vida de quienes proclaman ideas diferentes. Dolorosamente, nuestra democracia volvió a temblar ante el ensordecedor eco de las balas.
Pese a los múltiples esfuerzos institucionales, los acuerdos de paz y la búsqueda de la reconciliación, la realidad es que la violencia como herramienta política persiste en el país. De acuerdo con la Misión de Observación Electoral (MOE), en lo que va del 2025, se han registrado 106 agresiones contra actores políticos, de las cuales el 69,81% (74) fueron amenazas, el 16,04% (17) atentados, el 10,38% (11) asesinatos, el 2,83% (3) secuestros y el 0,94% (1) violencia contra la mujer en la política. Y lo peor, es que el fenómeno va en aumento.
Los crímenes y las agresiones contra candidatos y líderes, se están intensificando, especialmente en municipios, donde el Estado continúa ausente y los actores armados ilegales ganan nuevos espacios a través de la violencia. Recientemente, el representante a la Cámara, Julio César Triana, fue víctima de un atentado en el departamento de Huila, y este no es el único caso; concejales de Medellín recibieron amenazas en su contra, que también estarían dirigidas contra el alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez. Estas son claras señales de un conflicto que arrecia a siete meses de las elecciones de Congreso. Esta aterradora radiografía profundiza la preocupación por lo que viene ocurriendo en el cada vez más retador ejercicio de la política.
Con profundo dolor despedimos, hace unos días, a nuestro compañero Miguel Uribe Turbay, víctima de la violencia cobarde que quiere callar a los valientes que se atreven a levantar su voz a través del legítimo ejercicio de la política. A pesar de haber sufrido desde muy niño por la violencia, el mensaje que nos regaló Miguel siempre fue el de trabajar por una política limpia, sin balas, sin armas, alejada de los odios. Hoy, más que nunca, los colombianos debemos abrazar este legado y unirnos en contra de todas las formas de violencia que persisten en el país. No debemos sucumbir ante la desesperanza que rodea este tipo de tragedias, pero sí exigir que se determine quiénes fueron los autores intelectuales de este magnicidio, para que la justicia los castigue de manera ejemplar y confirme que el Estado y sus instituciones no están dispuestos a dejarse doblegar por los violentos.
La falta de garantías para la participación política libre y segura se está convirtiendo en un peligroso obstáculo para la democracia. Para ello, nuestra contundente respuesta debe ser combatir el terrorismo con todos los instrumentos que nos brinda la Constitución y las leyes. No podemos permitir que los enemigos de la democracia nos intimiden.
Urge el restablecimiento de la autoridad y el orden en nuestro territorio. La sangre no puede seguir regándose impunemente; mientras esto siga ocurriendo la violencia política seguirá siendo una herida abierta. El derecho a la vida es lo más sagrado para todo ser humano. El ejercicio político no puede ser un patrimonio de las ideologías sino el estado natural que debe disfrutar el pueblo colombiano para ejercer con libertad y sin miedos.