Son dos emociones encontradas las que tengo en estos días en el frente económico. Por un lado, cierta satisfacción por hechos que generan esperanza en el mediano plazo tras la crisis de varios años por bajo crecimiento económico pero al mismo tiempo es preocupante comprobar con cifras del Banco de la República que la economía del Caribe está estancada en una misma proporción de crecimiento con el promedio nacional en por lo menos 20 años. Ha sido el mismo 15% del PIB nacional el que hemos tenido desde los tiempos de la apertura económica que se nos mostró como la oportunidad para cambiar el rumbo de la historia de atraso relativo.
Veinte años es demasiado. Significa que, como lo indican expertos del mismo Banco, necesitaríamos más de 170 años para que haya paridad en el ingreso nuestro en el Caribe con el promedio de los colombianos. Imposible tamaña espera. No podemos permitirlo.
Lo positivo es que el año ha empezado con promisorias noticias para el país como el precio en ascenso del petróleo, una baja inflación en el mes de enero, revisión al alza de las expectativas de crecimiento y, en el caso del Caribe, registro por parte del Banco de la República de un crecimiento ligeramente superior al promedio nacional con buenos resultados en exportaciones y turismo. Esto último es un buen dato. Pero no podemos cantar victoria.
De manera que hay que mirar desde nuestra condición Caribe con positivismo la situación y ser conscientes que mucho tenemos que hacer para consolidar las mejoras en la economía, amenazada como está por la crisis de Venezuela, la incertidumbre en los energéticos, en especial la electricidad y el gas, los problemas por baja productividad, y la violencia que sigue vigente por guerrillas y bandas criminales, así como la derivada de problemas sociales en convivencia. La demora en la infraestructura es capítulo aparte.
El Caribe ha crecido 3.7% de su PIB promedio anual en 20 años, frente a un promedio nacional de 3.4%, es decir, tres décimas por encima, pero se mantiene con el mismo 15% como contribución al PIB nacional. En todos estos 20 años le hemos apostado a la apertura económica, hemos expuesto nuestras potencialidades, luchado en todos los escenarios para que haya justicia con la región pero el indicador no se mueve. La causa deviene fundamentalmente de la crisis agraria, donde la región aportaba el 14% del PIB y ahora hemos llegado, según el Banco de la Republica, a un 7.2%. La agricultura cayó por la sequía de 1992, de la cual no nos hemos repuesto, y la pérdida de competitividad de nuestros cultivos, en parte como efecto de la misma apertura económica que nos presentaron sus promotores como la solución regional por ser esquina portuaria.
Ni la minería ni la política de relocalización industrial constituyeron soluciones para un crecimiento que nos ubicara con un PIB por encima del 15%. Por el contrario, lo que se ha venido advirtiendo es una tercerización de la economía, como lo dice en sus estudios el mismo Banco, y una gran informalización con desempleo hasta el punto de que tenemos un promedio de 2.4 personas en el régimen subsidiado por uno en el contributivo, mientras que en la Colombia más desarrollada hay paridad uno a uno. Lo ideal en una economía sana es que haya más contributivos que subsidiado. La autonomía y la libertad de las personas la determina la posibilidad de contar con ingresos para comprar lo que necesite sin esperar subsidios, que son necesarios, claro, pero no conviene que sean permanentes por razones de dignidad humana.
Un problema al que tenemos que ponerle atención es la condición poco inclusiva de nuestra economía por su dependencia de la ganadería y la minería, que son producciones de enclave, según dicen los economistas. De manera que la diversificación que genere más empleo debe estar entre los objetivos.
Si el reto de nuestra generación es acabar la miseria en el Caribe en el 2024, como lo señala el Plan Nacional de Desarrollo, y cerrar las brechas más agudas en educación, salud, vivienda y agua, ¿cómo lograrlo con una economía estancada en ese 15% del PIB nacional por más de veinte años y que además es de producción excluyente? Somos ya más del 21% de los colombianos y el potencial económico y humano ofrece mayores oportunidades.
Hace diez años las autoridades del Atlántico nos vienen poniendo como desafío en el crecimiento alcanzar el 5% del PIB nacional. Nos pegamos en el 4.2% desde hace también 20 años y ya perdimos el primer lugar en producción al interior de la región con Bolívar. Probarranquilla nos habla con entusiasmo de localizaciones industriales pero los indicadores de producción no se mueven. La esperanza la tenemos en el desarrollo industrial del oriente del departamento, que efectivamente es promisorio, pero demorado.
Esta reflexión con preguntas que expongo no tiene interés crítico para molestar a nadie sino invitar a que hagamos causa común no solo sobre los temas de desarrollo social, en lo que parece que ya existe un consenso regional, sino en la necesidad de acompañar esa política social con actividades que hagan crecer la economía. Sin una economía sólida no hay reducción de la pobreza estable.
Veo, por ejemplo, oportunidades en manufactura para exportaciones, en turismo, en el sector agropecuario, que ya vienen mostrando síntomas positivos, como arriba dije. Desarrollar la agroindustria regional es tarea urgente en un mundo con demanda de alimentos y en una región que importa más del 60% de los que consume.
Respecto a infraestructura y servicios, no quiero ocultar mi malestar en estos momentos por las mentiras que nos echan desde el gobierno nacional sobre el tema de la electricidad, que es esencial para el crecimiento y para que este sea sostenible porque sin energía no hay desarrollo. Igualmente ya es hora de que haya certezas sobre la contratación de la recuperación del río Magdalena. Son inversiones urgentes.
La infraestructura regional constituye un reto inmenso para alcanzar el crecimiento deseado. Y sobre eso retornaré en esta columna.