Decidí encabezar mi columna semanal de esta manera luego de leer el texto de la homilía del Papa Francisco durante la vigilia pascual, la noche del sábado santo en la Basílica de San Pedro.
Al basar su reflexión en aquel episodio de Mateo que relata la visita de dos mujeres, María Magdalena y la otra María, al sepulcro de Jesús, el Santo Padre nos invita a “encontrar en sus rostros, llenos de dolor pero incapaces de resignarse, los rostros de madres, abuelas, niños y jóvenes que resisten el peso y el dolor de tanta injusticia humana”.
Uno de los apartes más conmovedores de sus palabras es cuando al referirse a las dos Marías, concluye:
“En ellas, vemos reflejados los rostros de aquellos que sienten el dolor de la miseria, de la explotación y la trata; de quienes sufren el desprecio por ser inmigrantes, la soledad o el abandono por tener las manos demasiado arrugadas. El dolor de madres que lloran por la vida de sus hijos sepultada por la corrupción, bajo el egoísmo cotidiano que quita derechos o la burocracia paralizante y estéril que no permite que las cosas cambien”.
Y en ese contexto en el que sobresale el buen ánimo para que nos despojemos del pesimismo, Francisco clama: “La vida arrancada, destruida, aniquilada en la cruz ha despertado y vuelve a latir de nuevo”.
Había prometido a mi familia renovar mi compromiso con cada uno de sus integrantes y con mi tarea legislativa en el Congreso de la República, seguro de que la reflexión durante la Semana Santa implica, como lo dice el Papa, “hacer saltar todas las barreras que nos encierran en nuestros estériles pesimismos, en nuestros calculados mundos conceptuales que nos alejan de la vida, en nuestras obsesionadas búsquedas de seguridad y en desmedidas ambiciones capaces de jugar con la dignidad ajena”.
Al final de la gran celebración cristiana me he dejado sorprender por un amanecer diferente, resucitando la esperanza, los sueños y la dignidad frente al inmenso desafío que significa el servicio público en aras del bienestar colectivo, la erradicación de la pobreza, la eliminación de la corrupción, la equidad, la justicia social, el equilibro regional, el desarrollo económico y social y la consolidación de la paz, como valor supremo dentro del propósito de solidificar una democracia en la que cabemos todos y en la que todos procuramos trabajar por índices más altos de calidad de vida.
Si la historia de la humanidad nos ha llevado a convencernos del latir del resucitado y a tener fe en que “Cristo Vive”, también escucho los latidos de una Colombia que resucita luego de más de 50 años de guerra. Las balas que antes sonaban en ráfagas, hoy son reemplazadas por el gorjeo de las palomas de la paz.
Lo que se ha firmado por parte del Gobierno con las FARC, con implementación sucesiva a cargo del Congreso por la vía del Fast Track y la refrendación de la honorable Corte Constitucional, nos lleva a tener suficiente claridad respecto del primer capítulo de esta gran obra que es la reconciliación nacional.
Sin lugar a dudas tenemos pendientes los avances con el ELN y otras fracciones del conflicto armado que aún subsisten. Pero el paso más importante lo hemos dado, en medio de tormentosos meses de debates y de inconvenientes que a ratos nos acercaron al peor de los presagios.
Siento que late la Colombia que resucita, la Colombia amiga del respeto a la vida, el país dispuesto a combatir la inmoralidad, la Nación que quiere dar lo mejor de sí para que el progreso nos cubra a todos sin discriminaciones ni exclusiones, la República que desea la protección al medio ambiente y el desarrollo territorial de las regiones en sus cuatro puntos cardinales, y la Patria que en medio de sus consensos y disensos abre oportunidades para que nos labremos un futuro digno y mejor.
Creo que este segundo aire de Colombia va más allá de la simple fantasía o de la especulación semántica. Es ver convertida en realidad la utopía de la vida de que la hablaba García Márquez. Es nuestra segunda oportunidad sobre la tierra.
Recordemos lo que dijo nuestro Nobel de Literatura al aceptar el premio que se le entregó en Estocolmo en 1982. “Los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.
Debemos sentirnos orgullosos de una Colombia que resucita en los brazos de la paz. Por favor escríbame a jname@josename.com